25 septiembre 2007

7. Condo y la condesa, mayo del 68

Me extrañó mucho recibir un SMS de Condo, no le hacía a la tecnología moderna. En la sala de espera del analista de sangre, miro y leo


HOT.IMPERIAL 20:00., LUEGO CENA EN REST. DONDE SE PUEDA FUMAR


Admití para mis adentros que es un pozo de sorpresas, pero tenía mucho que hacer y no volví a pensar en ello hasta media tarde.

El taxi me deja en la puerta del hotel. Entro preguntándome cómo le encontraré. En el amplio vestíbulo me acerco a leer de cerca un gran cartel en un caballete: “Hoy: Conferencia sobre Literatura Terapéutica” y los datos sobre la sala de convenciones, el piso y la hora. Es a las ocho y faltan tres minutos. No hay duda de que será aquí, pienso. Pero Condo parecía estar alerta y le veo acercarse desde lejos.

-Sí, condesa, es esto. Anda, ven, que es la hora –dice, haciéndome subir con él una amplia escalinata y entrar con él en una sala de doble puerta.

-Pero... ¿qué...?

Me explica en palabras apresuradas que hoy va de ponente literario, apenas tengo tiempo de alzar las cejas mientras entramos. Superando las rodillas encogidas de otros dos asistentes, me acomodo algo precipitadamente en una silla mientras Condo continúa el paso hacia la zona del estrado. Sentados a una mesa cubierta de un sobrio mantel azul marino, distingo a un par de escritores conocidos y un periodista-escritor en auge, Condo cruza unos susurros con ellos. ¿Hablará él también? Tardo poco en saberlo, porque se sienta justamente en la silla que los demás han dejado para él en el centro de la mesa y ya está golpeando ligeramente su micrófono para comprobar que funciona. Mi sorpresa aumenta cuando me doy cuenta de que realmente es él quien dirige el cotarro.

Son las ocho y un minuto cuando acciona un portátil conectado a un proyector de cañón, y se ilumina en la pantalla la primera diapositiva de una presentación en Powerpoint que contiene un decálogo de normas para escribir. ¿Tendrá ya terminada su obra maestra? Ah, pero no seré yo quien se lo pregunte.

Al principio habla de la escritura como oficio: cuenta ante un silencio sepulcral que se escribe para exorcizar, para curarse, habla de catarsis y de un montón de cosas que me dejan extasiada, sobre todo porque justamente estos días me estaba preguntando para qué escribir. ¿Cómo lo habrá sabido?

Desarrolla, una a una, cada una de sus leyes personales. En una de ellas, la número cuatro, explica que cuando el sentido de un libro ha caducado se lo puede quemar sin escrúpulos. Algunos oyentes le hacen discretas objeciones y preguntas que resuelve quizá algo dogmáticamente, pero es su aire, el que va con él. De lo demás que dijo, lo que mejor recuerdo es que la ambigüedad en la narración permite al lector generar su propia conclusión. Añade que Cortázar a eso le llamaba hacer un guiño al lector, ayudarle a cruzar el puente. Al decir eso ha cruzado su mirada con la mía en un instante imperceptible para los demás.

Una hora y cuarto después termina la sesión. Aplausos, elogios mútuos, bipedestación de los oyentes entre murmullos de ropas levantándose, estrechamientos de manos sonrisa incluída (unas sinceras, otras menos) y poco a poco se vacía la sala.

-Me ha encantado, Condo, me ha impresionado usted, de verdad –digo mientras salimos.

-Soy listísimo, ¿eh? –pregunta satisfecho-. Pues nada, ahora una cenita para celebrar el éxito. ¿A dónde me llevas?

Entramos en un palacete renacentista, subimos otra escalera -ésta de piedra- y elegimos mesa junto al único balcón. Me irían bien algunos consejos más para mi novela, pero...

-¿Y qué?, ¿cómo va tu novela? –se interesa, dejando su Camel sobre la mesa y buscando el encendedor.

Levanto los hombros, pero unas palabras no estarían de más.

-Psé, parada. Pero no quiero hablar de ello, antes debo digerir su sabio decálogo -he intentado desviar el tema pero no sale bien.

-Debes quitarte de encima esa humildad paralizante que te coarta, condesa –indica-. Primero que nada tienes que creértelo tu misma que eres un genio, sino no saldrá nada. Tienes la autoestima herida de muerte pero lo conseguirás, sí.

Él siempre tan sutil.

-¿Cambiamos de tema, si no le importa?

-¡Ja, ja! Tu madre otra cosa no, pero de educar te educó bien –dice mirando la carta-. Oye, ¿Rioja o Ribera?

Parece animado, satisfecho de sí mismo y de la conferencia. Y es que él no tiene problemas de autoestima. Y yo no sé para qué escribo, ni para quién, ni por qué ni cómo empecé. Escribir, coinciden muchos escritores, es más una necesidad que un oficio. Se nace con esa necesidad o sin ella y eso es todo. “Pero es un tema trillado, Condo”. Soy de los que comenzó a escribir en la infancia, luego pasé por la imprescindible fase poética, y más tarde decidí que hasta los cuarenta no puede hacerse nada que valga la pena, pero esos cuarenta ya están casi aquí.

-Bah, yo también escribía poemas –murmura Condo con displicencia, mientras sigue leyendo la carta tras las gafas-, pero, si te digo la verdad, ahora ya no me parecen tan buenos.

Después de cenar, vamos a mi sitio preferido para una copa, donde se escucha música barroca en otro palacete gótico: mi templo privado para un long-drink, donde un leve olor a incienso se pierde en su camino a techos altísimos (incienso que además Condo no olerá por su rinitis) y decoración estilo horror vacui: fruteros llenos, bustos de dioses romanos, pesados tapices, oscuros y enormes cuadros de la escuela holandesa del XVII, alacenas de roble con animales disecados, cosas así. O sea, el sitio más agradable para un artista, donde el espacio es tan amplio que ensancha el alma; el ambiente, tan sedante que, en cuanto uno se sienta ahí, las memorias se aposentan y expanden como el cuerpo de un gato frente a una chimenea; y la penumbra, la justa para ser llevado a terrenos que están medio aquí, medio allá: como Condomina, que tiene un pié en varios lados del arte y toca seis instrumentos.

-¡Aaahh, magnífico, Vivaldi! Concierto en La menor para oboe y cuerda, éste lo toqué en… –dice, acomodándose en un sofá Luis XV tapizado en verde. ¿Se ha levantado la levita antes de sentarse o ha sido una alucinación mía? Realmente, este concierto le transporta a uno al dieciocho instantáneamente.

Pedimos al camarero, él un cubata de ron y yo un whisky con agua, y Condo continúa en tono alegre:

-En cambio Bach era un funcionario, un advenedizo que hizo carrera política en una de las cortes más corruptas de su época, pero vivió casi 72 años el tío, tuvo doce hijos vivos y revolucionó la música resumiendo el Barroco en su obra.

-Qué genes –balbuceo admirada.

-Pues ahora que lo dices, ningún hijo heredó su talento –explica Condo, que es como una enciclopedia viviente-. Incluso se reconstruyó su genoma y se intentó buscar sus genes en la Leipzig actual. ¿Y sabes cuánta gente de Leipzig hoy lleva algun gen de Bach?

Le interrogo con los ojos, mientras nos dejan las bebidas sobre la mesa.

-Ninguno, así de cruel. ¡Ja ja, brindemos por sus huesos!

El cuarteto tira de mí por las orejas y me sitúa abruptamente en la cabina de un trasatlántico. Qué cosas tiene el cerebro. Por motivos técnicos que desconozco, flota en los archivos de mi memoria la música de Vivaldi en el camarote de un barco. Yo estoy en una cuna y miro al techo, de placas de yeso blanco y suena un cuarteto sospechosamente parecido.

-Hum, ¿y qué hacías en ese trasatlántico? –pregunta Condo.

-Mirar al techo y oir a Vivaldi. Es que sólo tenía unos meses.

-Quiero decir de dónde venías –aclara él.

-Ah, de las Américas –aclaro yo-. Ya sabe, venía de nacer ahí. El primer viaje.

-La primera huída –corrige Condo.

-¿Usted cree?

-Lo que yo te diga: todo viaje es una huída –afirma él, contundente.

Deja su postura recostada y se incorpora bruscamente en su asiento, se anima, roza mi brazo al hablar como si necesitara aún más atención, se entusiasma cuando explica:

-¡Sí! ¿no lo ves? Tú te has pasado la vida viajando o siendo secuestrada como Perséfone, ¿no te das cuenta? Pero en el reino de Hades no hay que comer ni beber, ¡ja, ja!, porque sino te conviertes en espectro, porque como sabes... –Se interrumpe de pronto, pues su mente insaciable vuela de un sitio a otro-. Oye, ¿era ahí donde vivías en la avenida de los mangos?

-No, Condo –digo pacientemente-. La avenida de los mangos fue en el 68. En mayo, cuando usted andaba por París. Creía que se lo había contado una vez.

-¿Ah, sí? –se pone a calcular mirando al techo lejano.

-Sí, mientras Europa se preparaba para un lifting espiritual con los Beatles como teloneros, mi madre me raptó y volvimos a las Américas. La segunda huída, pero esta vez de paquete. ¿No se lo había contado un día?

-¡Ya lo decía yo! ¿Ves? ¡Otra vez secuestrada, como Perséfone! –se emociona Condo. Los secuestros le entusiasman.

-A Perséfone la raptó Hades. Casi que lo habría preferido, la verdad.

Él mira entonces hacia un busto que hay sobre un chiffonier surrealistamente lleno de cosas.

-¿Has visto? ¡Es Minerva, o sea Atenea! ¡Todo coincide!-. Es que últimamente también le ha dado por la mitología.

-¿Quiere usted decir? –dudo.

-Claro, Minerva siempre lleva casco, ¿lo ves? ¿Y dónde vivíais? –retoma el hilo.

-No, me refiero a si quiere decir que todo coincide. Vivimos unos meses de realquiladas en casa de...

-¡Ja, ja, ja! –se desternilla Condo para mi asombro-. ¡Ja, ja, ja!

Le miro fijamente con los ojos muy abiertos.

-¿Dónde está la gracia?

-¡Ja, ja, ja! ¡Realquiladas! –continúa él riendo.

-Le aseguro que no fue divertido –digo desempolvando un episodio de los confines de mi memoria-. Estábamos en casa de otra divorciada con una hija de mi edad, Denise. Era un cachorrito de Lachesis, pero muy, muy, malvada. Un día yo estaba en el salón, me creía sola y encendí tímidamente el televisor. Hablamos de los años sesenta, dese cuenta, a mí aún me alucinaba ese juguete fantástico. Denise apareció de la nada y lo apagó, diciendo “Este televisor es mío” y se quedó ahí, de pié, con los brazos cruzados amenazadoramente. La odiaba, créame.

-Angelito –aprueba Condo tomando un sorbo.

-Y mientras, usted en París, ¿no?

-¡Oh, sí!... –rememora él. Realmente hoy está muy alegre. Yo no sé cómo se aclara, con tantos datos que archivar en orden-. Entonces yo tenia un amigo comunista que estaba en Paris, iba a alojarme con él. Pero yo no llevaba pasaporte porque aún era menor de edad y mi padre, como imaginarás, por supuesto no me había dado permiso. ¡Ja, ja! Mi amigo estaba estudiando en la Sorbonne y me prometió trabajo en Paris y también mucha actividad política, de manera que me largué ahí aún con la oposición de mi padre, así que yo ya sabía que me andaría buscando toda la guardia civil que él pudiera movilizar.

Cuando dice Sorbonnnnne pone el chip de su impecable acento francés.

-Qué curioso –le interrumpo, pensativa.

-¿El qué?

-Que en los mismos días ambos estábamos lejos de casa y con gendarmes rondando cerca.

-Hum –se atusa Condo el bigote, fingiendo pasar por alto la casualidad.

-Sí, mi padre también andaba movilizando a la policía.

-¿Ah, sí? –pregunta finalmente.

-Sí, porque tras el abandono de hogar conmigo incluída, nos localizó finalmente al otro lado del Atlántico y sus amigos policías de antaño, a cambio de antiguos favores, tenían rodeada la casa por si acaso mi señora madre oponía resistencia.

-La casa de la avenida de los mangos... –se sitúa mentalmente Condomina.

-Veo que ya le van encajando las piezas.

-Pobrecita –murmura él-. ¿Y cómo acabó?

-No me consuele, yo sólo fui una pieza más. Pero siga, siga usted con su historia y luego enlazamos los finales, si quiere. Me estoy oliendo que serán parecidos.

Condo suspira levemente y obedece gustosamente:

-Pues verás -rememora-: lo curioso es que una vez en el tren nadie me pidió la documentación, y así llegué a Paris justo antes de la revolución que ya se adivinaba en el ambiente. Mi amigo me consigió un empleo de camarero y él volvió a la Sorbonnnne, pero yo al poco tiempo estaba en el hospital...

-¿En el hospital?

-Sí, cogí las fiebres de Malta. Allí fuí recuperado por los gendarmes y devuelto a mi padre-. Toma otro sorbo y dice-: ¿Y tú?

-Pues lo mismo: también recuperada con policía de por medio y devuelta a la patria, ahí tiene el final. Ya le he dicho que intuía finales parecidos.

-¡Ja, ja! Las autoridades nos devolvieron a ambos adonde debíamos estar –dice Condo, entornando los ojos con Vivaldi de fondo.

-Qué primavera inolvidable aquella, Condo.

-Sí, qué mayo del 68...

Con él, de lo que es difícil recuperarse a veces es de algunas coincidencias. Sincronicidades, dice que le llamaba Jung a esto. En casi todo lo demás somos diametralmente opuestos.

(FIN)

jun-06

modif nov-2007

modif jun-2009

1 comentario:

Trovador dijo...

UAUUUUUUUUUU......ME QUEDARÌA LEYENDO MUCHO MAS. REALMENTE, PARA INTRODUCIRME EN LA CULTURA ATEMPORAL.

TE MANDO UN ABRAZO - DE ALGUIEN SENSIBLE.

JOSE LUIS TROVADOR