23 julio 2007

12. Condo al microscopio

Huele a laboratorio, a formol, y es que realmente es un laboratorio. Varios microscopios esperan en fila, desperezándose de su sueño para el evento. Teóricamente no debería estar aquí, pero nunca es tarde.

En la introducción, Irene, en bata blanca, explica dónde están repartidos los tejidos de la médula, dónde los cromosomas, y seguidamente su ayudante Marta hace de guía al pequeño grupito.

Cuando se acomoda los ojos al binóculo, la percepción toma otras dimensiones y la existencia queda reducida a un campo visual redondo. Fuera de ese círculo no hay luz ni universo, sólo la nada. Una pantalla de cine minúscula y circular. Dentro de ella posan, muertas hace tiempo, algunas neuronas.

-¿Cuáles son las astas ventrales? –oigo a Marta en el microscopio de al lado.

-Pues... –contesta Javier, a pocos metros de mí.

-Las ventrales se distinguen por ese surco entre ellas, ¿lo ves?

-Ah, sí.

Dejo de escucharles para acomodar mejor mi vista a la del aparato electrónico etiquetado 1000X. Mil veces adentrada en la realidad. Pruebo cerrando un ojo para contemplar ese universo que nunca imaginó llegar a ser visto, un cosmos liliputiense de habitantes autóctonos, amplificados por la técnica para que podamos ver sus cientos de ramas diseñadas por el Gran Programa. Un universo en una millonésima de trillonésima de gotita.

-Un gran invento –dice una voz de hombre muy cerca, junto a mi hombro derecho. Miro un momento afuera de ese mundo interior.

-Me extrañaba a mí que no estuviera usted por aquí, Condo.

-Vuelve a mirar, anda, que te mostraré algo más –ordena.

-Neuronas piramidales –digo-. ¡Pues sí que tiene capas el córtex, es fascinante!

-Seis, una debajo de otra, ordenaditas como Dios manda.

Salgo de nuevo a la realidad de fuera, como el buzo que sale a la superficie a respirar.

-Pero la conciencia no la veo –observo.

Ahora me fijo que se ha puesto bata blanca, igual que la de Irene. “Espera”, dice, mientras trastea con el cristalito del objetivo y lo saca; luego saca algo del bolsillo: es otro cristalito igual que aquel. Es como Correcaminos, que siempre tenía a mano lo que necesitaba aunque estuviera en medio del desierto, todo marca Acme.

-Le queda bien la bata –digo.

-Sí, casi tan bien como a mi hermano.

-¿El de la Seguridad Social? ¿Cómo es?

-Sí, ya te he hablado de él alguna vez. Es algo menor que yo. Y va más de guays que yo -dice como si hablara del tiempo, mientras acomoda el nuevo cristalito en el lugar donde estaba el otro.

-¿Qué hace, Condo?

-Es que lo que estabas viendo era de rata, ¿no lo has oído? Aquí hay algo de verdad –me mira misteriosamente-. Algo auténtico.

-¿Qué es?

-Lo que hace tiempo sueñas en ver. Anda, condesa, mira ahora –pide.

No me atrevo ni a pensarlo, pero conoce todos mis deseos. O casi todos.

Me sumerjo otra vez en ese universo, también es redondo y luminoso, como el de antes, sólo que la luz es distinta y el paisaje es diferente del anterior. Ahí dentro hay coros, voces puras flotando en el cosmos, acordes visibles de millones de colores, hay más cosas de las que pueden ser vistas, hay sinestesia de formas impensables y movimientos nunca imaginados.

-¿Qué ves? –oigo a mi espalda.

Quiero hablar pero las palabras no me salen de la garganta, encalladas ante tanta ramificación de ramificaciones en continuo proceso. ¿De qué? Esto está vivo. Un árbol del paraíso extendiendo billones de ramas como si se desperezara al sol, otro más allá, la exhuberancia en pleno disfrute de la determinación, mónadas que conforman trozos de tiempo dialogantes, hilillos dirigiéndose hacia sitios invisibles como si supieran el camino antes de recorrerlo y también el porqué de ese camino y no otro. Se trata de una luz de una naturaleza distinta a aquella a la que nos han enseñado a llamar luz. No puedo apartar los ojos de ahí, temo perder este sentido del todo, un sentido que no cabe ni ahí ni –ahora lo comprendo- tampoco cabrá nunca en una sola mente.

-La conciencia, la mente, el alma... La vida en clave fractal. Considérate afortunada, condesa.

Sigo mirando mientras me entrego a esta orgía en que los sentidos pretenden tejerse uno con otro y es difícil distinguir qué se oye ahí dentro, qué se ve y que se huele: es la percepción y sus misterios casi hechos comprensión, una borrachera privada de...

-¿Qué es la conciencia, Condo? ¿y la mente? ¿y la vida? ¿qué hace que estas...?

-Demasiadas preguntas para una clase, condesa –dice con las manos en los bolsillos de la bata- pero imagina una sartén e imagínate el aceite que la toca, que la cubre del todo. El aceite, aún una gota, tenderá a extenderse para ocupar todo ese espacio, ¿no?, pero hace falta una masa crítica de aceite para cubrir todo el suelo de la sartén.

El binóculo me atrae irremediablemente, deseo violar ese mundo de nuevo y grabar cada matiz en una memoria histórica que no pudiera borrarse jamás. Hay átomos jugando a formar hileras, deben ser átomos porque es luz, puntitos de luz inteligentes que danzan sabiendo que su sola estructura basta para darle un sentido fatal a lo inmenso, hay luz por todas partes siguiendo un orden, un... ¡oh, Dios! hay algo más ahí, algo que no estoy viendo con los ojos pero que tiene entidad propia y supera a la de esos puntitos...

-Pues bien –continúa la voz de Condo justo detrás de mí-, la sartén sería la mente y el aceite la conciencia. El objetivo es que el aceite cubra toda la mente para poder así freir algo. No toda la mente es conciencia, porque ahí habitan los sueños, el inconsciente y los automatismos.

-¡La mente está por todo el cuerpo! ¡aquí se ve claro que es así! Aquí... ¡oh, Condo! ¡Condo! ¡Es...

Surjo otra vez como el buzo a la superficie, al espacio donde se halla mi cuerpo de verdad, y en él mis sentidos. Él sigue explicando:

-Bueno, hay algunos que lo dicen así, sobre todo desde que se descubrió en el intestino algunos péptidos que se creían propiedad exclusiva del cerebro, como la hormona del crecimiento.

-¿Está diciendo que el intestino también es inteligente? ¿qué la conciencia...?

-Yo no lo diría así, aunque es cierto que una molécula que desempeña cierta función puede ser desempeñar otra muy distinta en un lugar y un tiempo diferentes del mismo cuerpo. Quizá ahora entiendas eso que técnicamente llaman plasticidad: una maravilla total.

No sé cuánto tiempo ha transcurrido (Condo tiene la virtud, o el defecto, de desvirtuar el tiempo), pero de pronto me doy cuenta de que los demás han debido marchar del laboratorio hace rato, nos hemos quedado solos. Me siento en el taburete, intentando asimilar lo que oigo:

-Siga, por favor -pido.

-La conciencia es el estado vigil pero va más allá –explica-: se trata de una extensión del estado vigil; de lo que se trata es de alcanzar a los sueños, el inconsciente y los automatismos. Extender o expandir la conciencia y alcanzar así a todo lo que hay en el incosciente de amenazante, peligroso o temido y que forma la trama de los sueños: ese es el reto individual del hombre, eso que Jung llamaba individuación y que yo prefiero llamar "conciencia extendida".

-No es la mente lo que se expande, sino la conciencia... –me resumo a mí misma.

-De hecho algunos autores han propuesto olvidarse de la palabra mente que puede ser común a todos los organismos vivos, y reemplazar este concepto por el de conciencia.

-Pero entonces ¿el cerebro..?

-Oh, el cerebro no es mas que un grumo de lípidos flotando en agua.

-Pues tiene un diseño muy guay –digo.

-Sí –concede Condo-, pero conocemos a través de la mente, que es inmaterial, y sin cuya ayuda el cerebro no podría conocer nada. En realidad el cerebro sólo conoce cuando sueña, alucina, o percibe; pero no creas, el pobre es tontorrón, no interpreta ni los datos que le vienen de dentro ni los que le vienen de fuera, porque para interpretar algo hay que conocer el idioma, el código en que suceden ese tipo de cosas.

-Y eso es la mente. O la conciencia –digo.

Llaman a la puerta. Asoma la cabeza un bedel de grandes bigotes, me dice que es tarde, que debo marchar. Me lo dice a mí sola, claro. Le contesto que enseguida recojo y vuelve a cerrar la puerta tras él.

-La mente es una gran metáfora, condesa –resume Condo mientras me pongo la chaqueta-: una metáfora especializada en construir más metáforas, una fractal. Es ella quien conoce quien interpreta, quien sabe, pero sí, ya te digo: más que la mente yo diría que es la conciencia, pues es ella la guardiana de los códigos sociales, culturales e incluso psicológicos del individuo. La primera herramienta de conocimiento de la mente.

-¿Hay otras?

-Bueno, la más primitiva e intuitiva es la empatía. La empatía es algo muy parecido al apego, y el apego está químicamente determinado por cosas como la oxitocina, la serotonina y demás; es decir, se soporta sobre varios circuitos químicos, pero lo que es una herramienta de conocimiento no son esas hormonas sino la empatía, que vendría a ser el resultado de convertir matrices primitivas en algo más complicado, una vuelta más de tuerca.

Condo ha dicho esto último recogiendo el cristalito, se lo pone en el bolsillo y vuelve a dejar en el microscopio el que había antes. Sé que ha llegado la hora de irme. Él desaparecerá luego, o se quedará pensando, o vete a saber qué.

-No dirás nunca a nadie lo que has visto –dice, con una expresión tan severa que me asombra.

-La conciencia no la he visto, no sé qué forma tiene –me quejo.

Condo suspira, y dice a media sonrisa:

-Pues claro que la has visto, pero te resistes a creerlo. Y la mía. ¿Te parece poco honor?

Salgo del edificio pensando que lo mágico sí existe. Fuera ha anochecido y hace mucho viento, muchísimo. Tardaría días en estar segura de que no fue un sueño, de que realmente había visto lo más oculto de Condo.

(ene-2007)
modif oct-2007

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