21 marzo 2006

3. Condo en paisaje nevado

Sábado 20 enero:

Me marcho, me reúno con Jorge unos días en un pueblito de los Alpes.

Aunque los rincones para fumadores también están en creciente peligro de extinción en el aeropuerto del Prat, he conseguido el mejor sillón del rincón, que es en un extremo de la hilera, junto al cenicero de pie y apenas a dos metros, además, de la pantalla de plasma en la que se disputa el open de Australia. Justo tras ella, las grandes cristaleras que separan de la pista con sus aviones yendo y viniendo por ella en un día casi primaveral, como una comunidad de gaviotas gigantes disfrutando de un domingo de mayo. Yo tengo todo lo que hay que tener para estar a mis anchas en este momento: un cortado con leche fría en vaso de corcho, un cigarrillo y tenis en la pantalla.

En otras butacas a mi espalda, tres negociantes austríacos hablan de sus cosas. En Melbourne el público se emociona y aplaude, la pantalla nos atrapa momentáneamente la atención.

En una doble falta capto un aroma a Carolina Herrera que me he puesto en la muñeca en la perfumería del Duty Free. Vuelvo a oler sus notas con matiz a jazmín. Jazmín y azahar son los aceites esenciales más caros. Me pregunto qué sabrá Condo de perfumes. Después de nuestra excursión a Osona no tenía muy claro que quisiera acompañarme a Austria (luego él hará sus cosas por Viena, se irá a la ópera, dijo) pero queda poco para embarcar y no le veo. Ha aparecido justo en el último momento, con él nunca se sabe.

Un rato después, a 10.000 metros de altura:

“Les recordamos que no está permitido fumar en los vuelos de Iberia...”

"Ni en los vuelos y pronto ya ni en casa”, me quejo a Condo. "Qué tiempos aquellos, ¿se acuerda?, cuando, apenas se apagaba la señal tras despegar, uno encendía un rubio y lo degustaba con un placer que...” Pero hablaba sola: el asiento de al lado está vacío y es porque, ahora que me acuerdo, Condo ha ido al baño. Tiene descomposición y yo juraría que es porque no le gusta nada viajar. Lo suyo son los viajes interiores, o así suele decir. Pero siempre se hace el duro, él es así.

Eluard tenía razón: es fácilmente comprobable que hay otros mundos pero están en éste, por ejemplo escuchando Muertos de Amor en los auriculares y cerrando los ojos para que el sol que entra por la ventanilla desde su lecho de nubes no le taladre a uno la retina. “Es como un salto en el vacío... entre tus ojos y los míos...” dice la Molina, desgarrada de ansia por alcanzar eso que...

-Qué linda esta canción, Condo... –suspiro mientras me encojo para que él acceda a su asiento.

-Con tanto salto en el vacío se estrellará, la Molina –dice colocándose las gafas de sol.

-Usted es un poco aguafiestas. ¿Y el romanticismo?

-Piénsalo, condesa, tampoco se puede saltar así como así hacia los ojos de nadie.

-¿Está diciendo que es imposible llegar al otro lado?

-Estoy diciendo que algunas acrobacias son peligrosas. La vida real, esta de aquí, no es el Cirque du Soleil.

-Ah, fui hace poco y ahora son chinas –puntualizo-, otra raza.

-Otra etnia –corrige- pero da igual: somos todos discontínuos, chinos y finlandeses, no líquidos que fluyen y se mezclan como el café con la leche. Eso no tiene que ver con la etnia sino con la naturaleza humana.

-Bueno, no sé, yo sólo digo que esa canción habla de amor y que el amor es...

-El amor es sólo un constructo intelectual –me corta, aunque sabe que eso me enerva- y además es imposible, porque su objetivo es la unidad, y el ser humano, al ser inaccesible, es incapaz de ofrecer esto a nadie por sí solo.

-¿No decía usted –intento salvar la situación- que tiempo atrás formamos parte de una unidad a la que, si no recuerdo mal, tendemos a evocar por instinto?

-Por nostalgia, más bien.

-Pues eso, que a veces pueden diluirse las fronteras, reencontrarse con... fusionarse...

En qué líos me meto a veces, quién me manda a mí. Condo acciona el botón del brazo y empuja el asiento ligeramente hacia atrás. ¿Se pondrá a dormir justo ahora?

-Y lo mantengo –dice, reclinándose y cerrando los ojos- pero créeme: tal como dice Bataille, somos discontínuos nos guste o no; el error es que ponemos el capitel de esa continuidad imposible, que pesa bastante por cierto, sobre las frágiles columnas imaginarias de un romanticismo algo ingenuo sin entender demasiado bién de qué se trata: así es cómo un montón de “otros yoes” se persiguen entre sí inútilmente, como la Molina y el Moustaki en esa canción. Pero no tenemos ningún derecho a ello. Mejor dicho: ninguna esperanza-. Le escucho de un tirón, casi sin respirar, pensando qué bien habla-. Somos sólidos, o sea, materia pura y dura, no fluídos. Es así y ya está.

-A usted lo que le fluye a veces es el cerebro -bromeo.

-Huy, y más cosas que no sabes, ¡ja ja! –contesta. Luego se cruza de brazos y se dispone a fingir que duerme. A veces, sí, le aporrearía a gusto.

Lo intento pero ya no me es posible concentrarme en la canción como antes. Pauso el reproductor de MP3. Sobrevolamos campos franceses, rompecabezas de diminutas cosechas allá abajo. Volamos sobre no sé qué ciudad, cuenta el sobrecargo. “La temperatura en Viena ahora mismo es de tres grados centígrados…”

La azafata reparte café. Me pregunta con la mirada si mi vecino de asiento desea una taza.

-No, gracias, ni el caballero ni yo -respondo en tono solidario-. El café sin cigarrillo nos produce ardor de estómago.


Lunes 23 enero, noche
:

Jorge y yo llevamos en Alpbach dos días y nieva hace uno y medio, sin parar ni un momento. Es una nieve finita, como un chirimiri en austríaco que poco a poco ha llenado de montañas de polvo blanco carreteras, paradas de autobús, parques y valles de todo el Tirol occidental. Parece el Pirineo leridano pero a más altura. Con tanta nevada sin pausa apenas salimos más que para comer. Lo malo es que en este país tampoco se fuma, y la casita de madera de la señora Weisser se llenará de olor si no abro. Y si abro nos helamos. Además Jorge me amenaza sutilmente con la mirada por una de sus frecuentes amigdalitis. Echo de menos a Condo, él al menos no me sermonea por fumar porque también lo hace. A escondidas, pero aún fuma. Cuando recogí mi maleta en la cinta del aeropuerto ya le había perdido de vista. ¿Qué estará haciendo?


Martes 24 enero:

En casi todos los canales de tv hay conexiones con meteorólogos o periodistas reportando desde distintos puntos del país, desde donde informan, estoicos, bajo tormentas de nieve que afectan a media Europa. Sin prisa pero sin pausa, el paisaje ha ido transformándose desde una postal en colores a otra en blanco y negro. Mejor dicho: sólo en blanco. El abeto de enfrente ya es blanco, el cielo es blanco. Mi mente está blanca. Todo es blanco. En el balcón la nieve lleva días amontonándose en blanda pasividad, y, por efectos de la ley de la gravedad y de la lógica, su nivel ya llega ahora casi a media barandilla. Más allá ya no se ve nada, es como si no existiera nada. Nada, una nada de color blanco. A las siete y pico despierto con el codo a Jorge para que mire por la ventana una visión a la que estamos tan poco acostumbrados. Nos resarcimos de la falta de sexo impuesta por la distancia y luego seguimos durmiendo.

De vez en cuando me encierro a fumar en el lavabo para que Jorge no diga que la habitación apesta. Si los hombres se encierran tanto tiempo en el baño para defecar, yo también tengo mis derechos, pienso. Cierro la puerta, coloco el cenicero sobre la cisterna, justo bajo la ventana de madera, y pongo un pie sobre la tapa del vater, a modo de cazador orgulloso de la pieza. Lo mío son los lavabos ajenos, pienso recordando la casa de Osona.

Abro la ventana. Entre los cuadrados de hierro forjado se amontona cada vez más y más de este frío algodón, y enseguida algunos copos se abalanzan sobre la cisterna empujados por el viento. Cierro un poco los porticones de madera oscura. Al hacerlo, me ha parecido ver, tras los barrotes y bajo la luna, una figura parecida a Condo deambulando en la nieve.¿Se habrá cansado tan pronto de Viena? Abro otra vez con cuidado, miro mejor. Sí, es él. Se acerca a la ventana con parsimonia, pregunta cómo va. Observo que sus pisadas no dejan huella sobre la nieve recién caida. “Aquí, ya vé”, le digo a través de los barrotes, y no sé por qué me acuerdo de Cyrano de Bergerac. Será por la noche, por la luna, por los barrotes de la ventana.

-Anoche me pareció que tecleabas algo en el portátil –dice Condo al otro lado del lavabo, encendiendo un cigarrillo.

No se le escapa nada, parece, pero no me apetece admitirle que los últimos días no estoy demasiado inspirada.

-Hoy hace menos frío que ayer –digo-. Dicen que la ola polar se aleja. Y por la capital ¿qué tal?

-Los valses no me entusiasman –dice, y echa algo por la boca que no sé si es vaho condensado o humo de Camel light.

-¿Otra vez fumando? –grita Jorge desde dentro, sincronizadamente pero sin reproche. Había ido a poner anticongelante en su todoterreno. Da fuertes golpes de pie en el felpudo-. ¡Fuera hace un frío del carajo!

-¿Y si no fuera él? -le digo a Condo, y me mira esperando más, porque nunca se moja.

-¿Eso es para tu novela? –pregunta otra vez con cierta sorna.

Sonrie apenas, tira la colilla en lo que normalmente es el jardín de la señora Weisser y ahora un conjunto de dunas blancas, y comienza a alejarse por el paisaje nevado, levantándose el cuello de la chaqueta y diciendo:

-Que lo acabes de pasar bien. Quiero decir que apreses bien a ese chico, sácale todo el jugo, un orgasmo es un orgasmo ¡ja ja!

Lo malo de viajar con seres como él es que aparecen y desaparecen a voluntad, pero a la suya. Como mi cigarrillo también se ha acabado, suspiro y salgo del lavabo.

(FIN)


1 comentario:

Anónimo dijo...

Qu� bello es este blog, Ana. M�s all� de la metaf�sica, la mitolog�a, o el laberinto y sus secretos, la prosa es tan exquisita que me atrapa. Ojal� podamos seguir leyendo estas series.