27 enero 2007

17. Condo pausado

Hacía cuatro días que esperaba el documental de National Geographic que hacen esta noche sobre la vida del cangrejo gris de Alaska, ideal para engrosar mi colección de maniática de la naturaleza, así que me he aprovisionado de una caja de dvd’s y todo está a punto para la grabación programada, pues a esa misma hora he quedado con Yolanda. Nunca se me han dado demasiado bien estas cosas, pero creo que si encuentro la página correcta del manual del video, sección español, lo conseguiré. Interrumpe el teléfono.

-¿Ocupada, condesa?

-Hombre, Condo. No, por aquí ando, de ingeniera...

-Oye, esta noche salgo en la tele, dentro de un rato, ¿te lo había dicho?

-¿En serio? Lástima, porque me iba dentro de nada, pero bueno, puedo grabarlo –digo, catapultando automáticamente al cangrejo de Alaska. ¿Y qué hace usted en la tele?

-Bah, nada importante, es una tertulia de esas aburridísimas –dice al otro lado-. Esta va de arte y locura.

-Yo creía que a usted no le gustaba ser famoso –recuerdo.

-Y es cierto, pero cuanto más invisible desearía ser uno más le requieren en esos sitios, ¡ja, ja!

Y, como en la vida todo no se puede tener, es por este motivo y no otro que, puestos a elegir, he programado el canal de esa tertulia intelectual y he salido.

Con Yolanda nos hemos liado, como casi siempre, y también como casi siempre nos hemos pasado con los vinitos mientras me contaba de sus avances con la terapia sistémica.

Al volver, tiro las cosas donde caigan, me pongo un zumo de pomelo y de paso me tiro a mí misma en el sofá, pensando que sin ese invento llamado “madre” los psicólogos y psicoanalistas estarían todos en el paro. Entonces recuerdo la grabación y la máquina responde obedientemente a unos tecleos en el mando y se pone en marcha. Un plató decorado a lo moderno, dos invitados y el presentador en el centro. Vuelvo a coger el mando y muevo hacia delante unos minutos hasta que veo la primera intervención de Condo. Le preguntan sobre el genio artístico (ha publicado dos ensayos al respecto) y él contesta la suya, casi como hacen los ministros, para acabar hablando de Bach y de Baudelaire. Pulso la pausa y luego el play otra vez, como los niños cuando descubren el poder de un interruptor de luz, con la extraña sensación de tener yo el control. Qué peligroso sería si pudiéramos hacer eso en la realidad.

-…es de una sublimi... –está diciendo Condo en el momento en que pulso la pausa de nuevo.

Sus manos gesticulantes han quedado en el aire, algo borrosas debido a lo mal que se llevan el movimiento y la quietud. Lo increible es que, mientras yo tenga el mando, esta vez no desaparecerá cuando menos me lo espere. Puedo incluso rebobinar, hacer zoom o quitarle los colores, es decir, puedo hacerle volver al pasado, detenerle, hacerle gritar o bajar la voz a mi antojo. Siento un escalofrío como de pequeño triunfo. Más play: “…del alma, ellos le llamaban daim..” Más pausa. Observo bien a Condo con el entrecejo fruncido y los labios apretados, con un aire algo dogmático. Play, pausa. Condo como un niño en pucheros ante la negativa de subir a los caballitos. Tiene gracia. Play, pausa. Condo congelado en una sonrisa de hoyuelo (ahí habrá dicho algo gracioso porque los tres ríen, parece casi orgulloso de su humor). Play. “Y eso, claro, es terr...”. Pausa. Condo de perfil mirando al presentador, gruñendo en el paleolítico, enseñando momentáneamente todos los dientes como si tuviera enfrente a una fiera que amenazara su cueva. Le dejo seguir dos frases más. “..lo que ha dicho el señ..” Pausa. Condo con una enérgica “u” en la boca, como si fuera a besar a su primera novia o a sorber por una pajita. Condo otra vez gesticulando para apoyar sus palabras (una mano casi le tapa la cara). Condo pillado en parpadeo, con los ojos cerrados casi del todo y las cejas muy alzadas, como paladeando un buen vino francés. Condo en mueca a punto de reir, Condo pensativo, sosteniéndose la barbilla y mirando abajo, más allá de la mesa. Ha dicho algo sobre los dioses griegos pero, mientras piensa la continuación, le dejo con los dioses en la boca y lo paralizo ahí.

Las ideas necesitan al lenguaje para mostrarse al mundo y ser dichas o pensadas, lenguaje y pensamiento son hermanos inseparables, dicen. La pregunta que se estaba gestando accede al terreno de los significados y pienso “¿Todos esos yoes son el mismo yo?” ¿Es Condo un niño a punto de llorar, un Neanderthal salvaje defendiendo su cueva, un escritor dogmático, un sibarita de los Bordeaux? En cualquier caso todos ellos han dicho “yo” en algún momento, y todos parecen bastante humanos.

Condo es todos ellos y ninguno, un poliedro de jade de infinitas caras, pero todas son del mismo jade, como el que tengo de pisapapeles comprado en aquel inolvidable viaje a Italia. En realidad todos somos así, un poco poliédricos, sólo que algunos lo son más que otros. Incluso hay poliedros de plástico o de cristal, pienso: el mismo acervo génico pero distinto material y distinta la complejidad de la forma.

De pronto recuerdo algo leído recientemente, voy a los libros, cojo dos y, de nuevo en el sofá, paso páginas y encuentro lo que buscaba, una cita del Bhagavad Gita: “El Yo encarnado se desprende de sus cuerpos viejos y entra en otros nuevos. Este Yo no puede ser herido, ni quemado. Es eterno, es inmóvil, el Yo es el mismo para siempre.” Heráclito opinaba justo lo contrario. En el otro libro leo “Para W. James, el yo puede dividirse en el Yo empírico y el Yo conocedor...” ¿Realmente nuestro Yo conocedor puede alcanzar la inmensidad oceánica del otro Yo, o bien el Yo es eterno e inmutable como dicen los vedas?

En la pantalla Condo se había quedado como pensativo mientras yo leía. Tomo de nuevo el mando a distancia y le solicito zoom hasta que la cara ocupa toda la pantalla. ¿Dónde está ahora mismo ese Condo que hablaba de la mitología griega? Fue precisamente un griego que pensó por primera vez que el movimiento no puede existir, dado que para cruzar un espacio determinado haría falta pasar por un número infinito de puntos y eso no es posible, pero en mi pantalla he inmovilizado uno de esos puntos y –increible- a Condo en él. Es preciso un poco más de zoom para ampliar su mirada como ausente, su mirada que en aquel momento veía en su mente a los dioses del Olimpo y que, en ese fotograma irrepetible, desprende una pureza casi infantil. “Aún no se me ha quemado la mirada”, había dicho un día.

Quería ampliar más pero la tecnología ha llegado al máximo. Habibi es tan rápido que salta del sofá antes de que yo acabe de levantarme de un impulso, y se me queda mirando mientras me siento en el suelo delante mismo del televisor, sin dejar de mirar a la pantalla como hipnotizada, necesitando comprender algo muy importante que no se dejaba comprender desde más lejos y sin zoom, con la agradable certeza de que para ello queda ya poco, muy poco.

ene-2007
modif oct-2007