08 mayo 2006

10. Condo entre cuencos (1)

Hacía tiempo, mucho, que no me tumbaba en el futton con música a todo volumen de cuencos tibetanos (llamémoslo música, por consenso) y para solaz de los vecinos. Suerte que, como es domingo, aún deben andar de regreso en algún embotellamiento. Ropa cómoda, relajación, respiración profunda en estado horizontal, incienso de sándalo y pronto vuelo con las vibraciones armónicas.

Dannnnnnnnng... Pausa. Respirar. Doonnnnnnng... El aire fluye por las tuberías vivas y uno se siente mejor a pesar de que para que entre mejor haya que contraer un poco el diafragma al final, otorgarle su libertad ganada sólo por existir. Todo es un ir y volver y cada compensación está en dejarlo salir, dejarlo flotar hacia fuera a sus anchas. En esos momentos de salida es fácil imaginar la inmensa tela de un paracaídas posándose a cámara lenta tras aterrizar sobre un prado, en la que parece que siempre queda un montículo de aire por rendirse suavemente a la ley de la gravedad. Dannnnnnng... La tensión se va... se va... La vibración que llega desde fuera alcanza las células que nos separan del resto, de ese inmenso resto que-no-somos, es dulce ese choque entre el sonido y eso-que-sí-somos, ambas cosas parecen saludarse y entenderse de buen rollo, como si se hubieran conocido toda la vida. Más pausa, el aire sale, sale... sale aún... Los pulmones van cediendo a la mente el placer de respirar. Doonnnnnng...ng...ng... El olor del sándalo sigue su propio curso, uno distinto del sonido porque para eso tenemos distintos mecanismos de bienvenida según la onda sea de un tipo o de otro. Daaannnnnng... ng... ng... Algo penetra por puro equilibrio en la mente (¿será eso la paz?), penetra sin esfuerzo en el cráneo que también se afloja paralelo a la tela del paracaídas, con un deseo tolerante de vaciarse de todas estas tonterías que se piensa cuando no se debe y que ahora quedan lejos, tan lejos...

Donnnnnnnnng... ng... ng... Ese era el Sol bemol, seguro. Mente casi vacía, casi casi vacía... El aire parece eternizarse en su pacífica salida (pero ¿hay realmente un exterior?), la prisa -esa que los occidentales llevamos incrustada al cuerpo incluso en domingo- se ha desvanecido y danza su danza perfecta en el éter junto al aroma a sándalo. Mente vacía, espacio casi infinito en el interior (si existe también un interior). Mi cabeza se ha expandido hasta alcanzar el tamaño de la sala de audiencias del enorme palacio donde se celebraban los misterios eleusinos. Ahora cabría ahí cualquier cosa que no la disturbie. Está lista para cualquier pensamiento, idea o cosa que venga en son de paz, está...

-¿Se puede? -pregunta Condo entrando en la sala.

No moveré los labios por nada del mundo, pero no es problema porque en este estado es cuando la telepatía sale mejor, no hay que esforzarse.

-¿Qué hace usted por aquí, Condo, dentro de este estado mental?

-Observando, aprendiendo relajación, eres buena maestra -la carga irónica de su tono es esta vez nimia.

No me altera ni siquiera su humor, alterar una sóla de mis células representaría ahora mismo demasiado esfuerzo, así que bienvenido sea, yo de aquí no me muevo, lo juro por los dioses del Olimpo.

-Puedes seguir así, condesa, ningún problema -telepatiza Condo.

-Así seguiré, no lo dude, que ahora mismo este cuerpo me pesa demasiado como para moverlo -respondo por la misma vía, aunque lo cierto es que es difícil distinguir la pesadez total de la liviandad total, en cualquier caso ambas buenas razones para no moverse.

Donnnnnnnnnnnnnnng... ng... ng... ng... El cráneo vibra agradecido.

-¿Y para qué sirven los cuencos y sus dongs? -pregunta Condo.

-Hombre, ¿no ve que son catárticos? Actúan a nivel vibracional, es como una ducha, una limpieza de traumas, del polvillo que nos ensucia las ideas del día, de...

-Ah, pues yo de traumas sí que sé bastante.

Querrá decir por los libros de su padre, pienso y oye.

-Y por los vividos también –contesta casi enseguida, y es que la telepatía funciona real time-, y es que ahora no me refería a la teoría sino a lo vivencial.

Eso sí que me extraña.

-Traumas... ¿usted?

Llega otra ducha, otra ola que arrasa con algo más que el cuerpo, otro Dooooonnnnng, todo el contenido de mi inmensa mente -Condomina incluído- es mecido cual plancton flotante.

-Condo.

-¿Qué?

-Dígame la verdad: ¿me toma el pelo?

-Dios me libre, ¿por qué iba a tomarte el pelo? –parece extrañarse.

-No sé. Por divertirse, por ejemplo. Porque se aburre, no sé.

-Yo soy muy serio, por si no te habías dado cuenta. No me divierte tomar el pelo a nadie.

No creo que se haya ofendido, a él no se le puede ofender tan fácil. Claro que, por otro lado, por más especial que sea, él también tuvo infancia; por lo que sé pasa por todas las fases naturales como nosotros, creo recordar. Por todas las etapas. ¿Pasaría también por la fase edípica? Quizá cada tanto se le repitan esas excreciones sistemáticas que llamamos vivencias y le llenen la mente de borra. Porque, de hecho, él también tiene mente, claro. Y tendrá algo dentro, y recuerdos y esas cosas que debe tener cualquier mente que se precie.

-A mí me parece que no tienes muy claro qué es un trauma, condesa.

-Pues explíqueme si quiere, que yo no hago más que estar receptiva, ya lo sabe, y en este sosegado estado incluso más aún.

Ahora ya no siento ninguno de mis músculos, tendones, ni intestinos. Apenas un pedacito microscópico de párpado. Condo parece estar a sus anchas en esa sala alumbrada por antorchas, tanto que se ha acomodado en una chaisse longue tapizada de terciopelo granate, el único mueble que hay por aquí.

Hace días, creo que desde aquel día en el faro, que la idea –más bien el temor- me persigue como una alimaña (si es que las alimañas persiguen): Condo no es precisamente un ser normal y corriente, y sin embargo hay veces en que su normalidad me desconcierta. Esa idea llegó volando como una mariposa aparentemente frágil e inocua y se aposentó hace días sobre mi coronilla.

Aventuro algo, naturalmente un poco indecisa.

-Bueno, un trauma ¿no es eso que ocurre cuando nos pasa algo trágico que luego mandamos al inconsciente de una patada?

-Mujer, no es tan simple –explica en un tono que me parece menos prepotente que otras veces sino más suave-. No hace falta haber sido violado o victimizado durante la infancia para desarrollarlo: existen formas de maltrato muy sutiles como la negligencia, el abandono, obligar a un niño a adoptar roles de adulto, y muchas otras. Muchas veces los traumas son indetectables, por sutiles, y se convierten en un cuerpo extraño, es decir, en una bolsa de información nunca metabolizada, aislada por una membrana en la memoria. Puede que no se olvide sino que se recuerde demasiado. ¿Comprendes?

-Pero usted...

-¿Es que crees que no tuve una infancia y un pasado como todos?

-Ya, pero usted...

-Yo nada. También tuve padre y madre, te he contado varias veces sobre ellos ¿no lo recuerdas? Los necesitaba para poder nacer, como todo el mundo. La semillita, la maceta y demás, ya sabes.

-Ssssí –reconozco algo abrumada.

-Y los padres siempre rellenan los huecos del primer capítulo de nuestra existencia, nos condicionan ¿eso también lo recuerdas? O mejor dicho: el segundo.

-¿Cuál era el primero?

-Los genes, condesa, los genes. Genes y entorno. Ge-nes-y-en-tor-no. Lo biológico versus lo ambiental -dice con su paciencia habitual.

-Ah, sí, es verdad. Lo que no veo claro es que sus padres... quiero decir, los padres de un... Bueno, que los suyos también le traumatizaran. Además, su madre le quería.

-Y dale. Sí, pero mis carencias no vienen de ahí.

¿Carencias? ¿Habré oído bien?

-Entonces sería su padre –aventuro.

-Oh, él no era malo, quizá sólo algo egoísta.

Quizá sea una alucinación auditiva, pero me parece que en eso que acabo de oir falta algo, como si estuviera incompleto. Miro mejor a Condo, que ha adoptado la postura de la Maja desnuda sobre la chaisse longue. En la penumbra, sus ojos brillan momentáneamente algo más que antes dentro de esta pausa serena. Será un reflejo de la antorcha más próxima, porque alguien como él no se conmueve, ni siquiera lagrimea, ni mucho menos llora (mientras que los hombres sí, contra el dicho popular, y más los de ahora). Aún así, debo admitir que cada día Condo me parece más humano. Por un lado desearía cambiar de tema, por otro deseo que continúe. ¿Qué hacer? Parece dispuesto a darme una pista.

-Es que tú eres mujer y los mecanismos de la necesidad son distintos. Los hombres en el fondo necesitamos que alguien salga a nuestro rescate para que la Gran Madre no nos agobie con sus arrumacos.

Se me encoge el corazón bruscamente. Rescate. Me parece comenzar a entender algo, una falta. Me viene a la mente la imagen del arcano de la Fuerza, manteniendo abiertas con sus manos las fauces de un león. Condo está leyendo mis pensamientos.

-Sí, por ahí va: la fuerza masculina debe sostener al hijo masculino, algo así porque, como digo, en las mujeres la problemática es otra.

Por segunda vez desde que le conozco, imagino a Condo de niño y esta vez una gran mano de hierro me exprime el corazón y le extrae una gota de ternura.

-Y su padre no tenía esa fuerza.

-Bueno, si la tenía, quizá se la reservó para sí mismo para que no se le gastara. Por ejemplo, siempre creyó que dos licenciados ya era suficiente en esa familia.

No puedo creerlo. ¿Sería por eso que, aunque fuera sin título, sabía más de medicina que su hermano?

-Decía que eso no era para mí, que no me gustaría, que no podría, cosas así.

-¿Así que no quiso que estudiara? ¿Lo dice en serio?

-Al menos no me dio los ánimos que todos agradecemos a esa edad de la indefinición, de la inteligencia en estado tierno puesta entre la espada y la pared, o sea entre los neones y el anhelo de lanzarse a correr hacia esa meta llamada futuro.

-El ansia de independencia.

-También, y más en la época que nos pilló a nosotros. Quiero decir a tí, porque a mí me ha pillado varias épocas –corrigió enseguida.

-Entonces teníamos eso que ahora llaman valores, Condo -suspiro.

-Eran otros tiempos –concuerda.

-Sí –concuerdo yo.

Si algo no lo remedia, a este paso acabaremos demasiado nostálgicos. Por favor, que algo lo remedie.

-No sabíamos que existía el Mal –insiste él, sin embargo.

Una alarma muda me anuda bruscamente el estómago. Condomina parece más serio que nunca, y algo triste.

-¿Usted tampoco?

Es como si el Tiempo mismo estuviera perdiendo la paciencia esperando su respuesta. Transcurre mucho rato, horas, meses, siglos, un tiempo fuera del tiempo.

-No, no sabía que había tanto. O sí que lo sabía pero... –Se queda pensativo un momento-. No, en realidad no lo sabía. Viví mucho tiempo de espaldas al Mal, condesa, ahí quizá estuviera el error. Era inocente como una paloma blanca.

¿No se lo habría advertido alguien?

-Ya veo lo que piensas, pero es que a nosotros también nos hacen una especie de reset cada vez, ¿entiendes? No recordamos gran cosa antes de empezar cada odisea. O, al menos, no mucho más que vosotros.

Miro y en sus pupilas veo una hoguera en la noche, una bruja mala, veo a Ulises lejos de su destino, una mesa camilla y en la radio la señora Francis, visiones que no descifro bien porque los tiempos probablemente se mezclan. Sé que me toca permanecer callada mientras no se levante de la chaisse longue o, como mínimo, mientras no cambie de postura. Siento un inmenso frío recorriéndome la piel, ¿o es un estremecimiento?

(continuará)

may-06

modif. oct-2007

1 comentario:

Ecos e Becos dijo...

Muy bueno, Ana. Saludos.
Kosmografias